Jorge Sánchez decidió un buen día abandonarlo todo (familia, trabajo, amigos...) y con apenas lo puesto, sin dinero para regresar a España, viajar a los países más exóticos e interesantes del Extremo Oriente y aprender sobre sus gentes, lenguas y culturas. Sin embargo, lo que en un principio planeó como un viaje por Asia de un año de duración, acabaría convirtiéndose en una auténtica vuelta al mundo de mil y un días. Durante casi tres años, Jorge viajó en el tren Transiberiano; ingresó como monje en un Monasterio Zen, en el norte de Kyoto; navegó a la isla de Formosa, donde estudió chino Mandarín; recorrió el oeste de China, hasta alcanzar la frontera con Afganistán, y atravesó en pateras los islotes traicioneros de Sulu, infestados de piratas criminales, hasta arribar a Borneo. Meses más tarde, en la isla de Bali jugó al ajedrez profesionalmente para poder financiarse la continuación de su viaje por Australia, Nueva Zelanda y otras islas de Oceanía. Una vez llegado a América utilizó el autostop y los trenes de mercancías para cruzar una cuarentena de estados de EEUU y provincias de Canadá, las Antillas Mayores (Puerto Rico, La Española, Cuba y Jamaica] y toda Centroamérica, hasta Panamá. Todo ello burlando escaramuzas de guerrilleros, antes de volar de regreso a Europa, donde caminó durante diez días por una decena de monasterios ortodoxos del Monte Athos. Luego trabajó en un kibbutz de Israel y recorrió el norte de África, desde Egipto hasta Marruecos para, desde allí, entrar en España. Mas, antes de volver a su casa en Hospitalet, peregrinó a Santiago de Compostela donde, lleno de emoción, abrazó al Apóstol y le agradeció el éxito y la riqueza de conocimientos adquiridos durante su Vuelta al Mundo en Mil y Un Días.